Reflexión sobre el "corazón" en el vínculo terapéutico

Me asomo al mundo virtual para compartir con vosotras y vosotros esta imagen y palabras que me han gustado tanto y que me llevan a pensar de nuevo en el vínculo terapéutico. Sin descartar otros ingredientes indispensables para que el proceso terapéutico funcione (tales como un recorrido formativo y personal serio y profundo del profesional que acompaña), creo que con este componente (el "corazón") presente en la relación terapeuta- paciente hay muchas más posibilidades de que lo que acontece durante la terapia llegue a integrarse y a mantenerse en el tiempo, a resultar verdaderamente sanador. En este caso me refiero a que el o la terapeuta, "debe" querer al paciente (no como amigo, hijo, hija, madre, padre, etc. sino como lo que es: un paciente, un cliente -como prefiráis llamarlo-, pero en cualquier caso, un ser humano que siente malestar y acude a nosotros en busca de apoyo; un "querer" integrado en la relación humana- profesional). Y esto, se caracteriza entre otras cosas porque no se puede adquirir a través de una formación académica ni exclusivamente desde el plano intelectual; y por supuesto porque no se puede fingir. Me atrevo a decir que viene dado como resultado de una mirada interna de comprensión e integración de nuestras propias heridas, que responde a un proceso experiencial, a años de terapia personal, formaciones diversas y en general, de un contemplar hacia dentro con el objetivo de sanarnos (opino que los terapeutas somos "almas heridas"). También quisiera matizar que no creo que obtengamos un "título" ni que haya un año de finalización de los estudios en la asignatura del querer. Creo que el cuidado y las revisiones forman ya parte de nuestra opción vital y están integrados en nuestro día a día. Y quiero decir también que pienso que sólo desde esto, podemos observar al otro desde una auténtica compasión (bonita palabra referida a algo más intenso que la empatía y relacionado con una comprensión honda del estado emocional del otro). Y que es esta mirada (acompañada de una actitud interna) la que, bañando cualquier intervención o técnica, puede calar profundo en el paciente y resultar más sanadora que un despliegue de mil técnicas fabulosas ejecutadas "sin corazón".